Evangelina Aguilera, autora de "Una casa no arde sola", con pudor, se atrevió a mostrar sus textos en un poemario profundo y contundente, que indaga en el fuego y en el lugar que se habita. La autora y docente repasa cómo nació este libro y reflexiona sobre la poesía, un género con menos llegada que la narrativa pero que despierta pasión, aún entre sus alumnos y alumnas.
Por Paola Galano
@paolagalano
Ella dice cosas como ésta: “A veces lo que se frena nos asusta/porque recuerda que hay algo muy absurdo/en la corriente nunca quieta de la vida”. O también “la insistencia y la fe crecen del mismo yuyo”. Ella confiesa el sentido tan personal de su escritura: “cavar sobre el asfalto un túnel infinito”.
Ella es Evangelina Aguilera, docente de literatura de Mar del Plata y poeta. Acaba de publicar “Una casa no arde sola” (editorial el Suri Porfiado), un libro de poemas con prólogo de Osvaldo Picardo que reflexiona sobre los muchos sentidos del fuego y sobre la casa, la casa del pasado, la casa simbólica, la casa en la que mora su descendencia.
El lector o la lectora se encontrará con un conjunto de textos sencillos que, no obstante, invitan a pensar sobre temas contemporáneos: el ruido, el silencio, el tiempo, la muerte, la insistencia (siempre la insistencia), la fe, los recuerdos.
Entrevistada por LA CAPITAL, Evangelina contó que el libro está inspirado en una película, Sacrificio, del cineasta ruso Andrei Tarkovsky. “Para este cineasta inmenso cada obra era una ofrenda, un hacer sagrado. Yo quisiera que ‘Una casa no arde sola’ aspire a esa trascendencia”, señaló.
-¿Cuál es tu casa, Eva?
-Mi hogar es la palabra. El único lugar donde me siento a resguardo es en el espacio de la escritura.
-Además de aludir a lo que ya sabemos (purificación, destrucción, pasión…) el fuego tiene un componente religioso. ¿En qué medida este libro habita esa dimensión religiosa?
-En principio, hay un poema que se titula “Dios” y en él hay una voz que me exige, que me interpela, que amenaza haciéndome recordar la finitud de mi existencia. Si bien es una voz dura es, a la vez, la que pide que escriba como un acto de sinceridad conmigo misma. Y allí hay mucha bondad. Escribir, creo, es un trabajo de orfebrería que muestra la destreza intelectual, el acervo cultural y la razón en movimiento pero si en ese ejercicio no entra el espíritu, la poesía se transforma en palabrerío.
-En la película Sacrificio se advierte el tema de la palabra, del parloteo, del silencio, el nene que es mudo, la mudez, la destrucción, el peligro de destrucción, la amenaza… Y esos temas vos los retomás y los ampliás, los personalizás en Una casa no arde sola, ¿coincidís?
-Como en todo homenaje, hay una valoración privativa de la obra a la que refiero pero también hay algo más. Esto es, el film es una columna que me permite hablar, hablarme, meditar. Por eso puedo dialogar con las edades quebradizas que representan las presencias de la abuela sordomuda y de la madre muriéndose entre locos. Claro, en muchos poemas está mi gente y mi historia personal.
-¿Por qué te interesa el silencio? ¿Cómo trabajar el silencio desde la poesía que es palabra y dice? Casi siempre hacés una valoración positiva del silencio, excepto cuando decís “ya no es del todo cierto que prefiera el silencio”.
-La preferencia por el silencio como tema es una recurrencia en lo que he escrito, es cierto. Desde “Fuga” (2009), pasando por el audiolibro “Memoria del silencio” (2015) a “Caos calmo” o “Cuentos de Boccaccio para recitar” (2016), en todos los trabajos hay una mención mayor o menor al silencio. Si bien la trampa es clara, intentar decir lo indecible con palabras, creo que la insistencia sobre el silencio quiere decir cosas bien distintas en cada librito. En este, específicamente, el silencio que hallo es una falta absoluta de respuestas, un estado total de incertidumbre.
-En la presentación de Una casa no arde sola manifestaste que no había que apurarse para mostrar los textos personales. Sin embargo, en la poesía titulada “Dios”, es justamente Dios el que le dice a tu alter ego “no pierdas más el tiempo, evangelina”, “andá fijándote que vas a hacer con tu palabra”. ¿De alguna manera se puede entender que el paso del tiempo te conminó a mostrar tus escritos?
-Personalmente no me apuro en mostrar pero no me parece mal que alguien se apure. Tiene que ver con maneras de entender la creación. Hay gente que es muy segura y que tiene otras urgencias. Y está muy bien pero no es mi caso. Tardo mucho en escribir, desecho la basura (todo lo que no sirve, lo mal dicho, lo que no es sincero, el plagio de mi voz) y con lo que queda intento trabajar. Escribo, reescribo, leo en voz alta, vuelvo a escribir. Es cansador. Esta vez, si no hubiera sido por mi marido, no lo hubiera enviado a la editorial. Cuando aceptaron el libro me alegré a medias porque sabía que iba a tener que hablar y leer en público y sociabilizar. Por suerte existen las redes sociales.
-¿Por qué te parece que suele costar tanto mostrar lo que uno escribe? ¿Encontrás alguna relación entre ese pudor y tu condición de mujer?
-Mostrar la escritura es aceptar una desnudez implacable. Y se está desnudo en cualquier género. Me toca ser mujer pero ese no es el motivo del pudor.
-¿Considerás que formás parte de algún colectivo estético en particular?
-Admiro a los poetas que tienen mucho oficio encima, esos que además son grandes lectores y que no compiten con nadie más que con ellos mismos. Conozco gente así: Osvaldo Picardo, Héctor Freire, Jotaele Andrade, Claudio Archubi, entre otros. Hay muchos, por suerte.
-¿Por qué la poesía es rechazada por muchos lectores y lectoras? ¿Solo se trata de atreverse a leer poesía o es verdad que hay que saber- conocer de poesía?
-Tal vez sea rechazada porque es un género que necesita detenimiento, calma, silencio y sobre todo, pensamiento. Estamos llamados a la agilidad, a la inmediatez. Todo nos pide que seamos expeditivos y eficaces. Los planteos y las formas del quehacer poético nos enfrentan a otra dimensión del ser donde no siempre el resultado es alegre. A veces, leer un buen poema nos enfrenta a quedar con más angustias que certezas. No obstante, creo que se trata de animarse y de encontrar la manera de acercarla. En mis clases trabajo con adolescentes que en muchos casos jamás han leído poesía y cuando hacen contacto con ella, no se separan más. Hasta la escriben.